Conscientes de que el lenguaje crea realidades, son muchos los colectivos y comisiones de género en las hinchadas del fútbol chileno que han impulsado iniciativas para acabar con el machismo en los estadios, y es que basta ver cómo el género femenino es utilizado para denostar a un rival “débil”, para comprender la gravedad de una problemática totalmente normalizada.
Cánticos tildados de inocentes e incluso folclóricos, son el fiel reflejo de la violencia hacia la mujer en muchas áreas, pero pese a lo potenciado que se ven en la tribuna de un espacio masculinizado por excelencia, parecieran carecer del repudio suficiente para ser erradicados.
Hoy en que el fútbol está pronto a reanudar sin público en los estadios, tenemos la oportunidad de reflexionar en torno al tipo de retorno con que soñamos, porque así como hemos aprendido a valorar el contacto físico al que estábamos acostumbrados antes de la pandemia, podríamos analizar qué aspectos o conductas definitivamente no necesitamos.
Dicho análisis se vuelve más urgente durante los últimos meses, donde la crueldad de la violencia ejercida en contra de mujeres nos ha sacudido y conmocionado. Pero, aunque ello implique una lección ¿qué tanto las rechazamos? Si bien pareciera que todos y todas concordamos en lo repudiables que son los abusos ¿acaso no es despreciable también normalizar discriminaciones y utilizar la “violación” como sinónimo de triunfo en la cancha? ¿No lo es también silbar a un portero simulando acoso para desconcentrarlo?
El que el fútbol y sus entornos hayan sido predominantemente masculinos podría explicar, mas no justificar, la repetición de lógicas patriarcales donde la mujer ha sido marginada. Pero ¿por qué seguir acatando una violencia estructural, y simplemente asumir que el lenguaje misógino será un rival más tras cada partido?
Basta de utilizar el lenguaje sexista para alentar a equipos, haciéndole creer a nuestras niñas que haber nacido mujer es motivo de insulto o debilidad, basta de replicar discursos machistas, homofóbicos y hegemónicos heredados, basta de normalizar que palabras como “madre” sean sinónimo de ofensa y vergüenza. Y, en definitiva, basta de discriminación y expresiones misóginas en los estadios porque pasará el COVID-19 y volverá el fútbol, pero tras las lecciones aprendidas en términos de respeto y equidad ¿cómo espectadores estaremos preparados?.
Por: Gabriela Bustos P., integrante de la Comisión de Género del Consejo Regional El Loa.